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Arturo Echeverri Mejía y su Antares: una aventura imposible

Arturo Echeverri Mejía y su Antares: una aventura imposible Tertulia Cultural La Gruta Neiva Colombia

Por Dr. Mario Melguizo (Medellin) Agosto 26/2020

El capitán Arturo Echeverri Mejía hace parte de aquellos escritores que combinan la literatura o la investigación con la navegación, como Herman Melville, Conan Doyle y Charles Darwin, para mencionar solo a estos tres.


Su desvelo fue la Armada y se graduó como Capitán de Infantería de Marina en enero de 1946. Había sido asignado al varadero -que es un lugar fuera del agua, acondicionado para resguardar, limpiar o reparar embarcaciones- de la Base Fluvial A.R.C. (Armada de la República de Colombia) “Leguízamo”, desde 1944 como jefe de obras.


Fue allí donde se le ocurrió, junto con su compañero Jaime Parra, quien había llegado a Leguízamo como ayudante del Comandante Demetrio Salamanca, la idea de realizar un viaje en velero desde esa localidad hasta Cartagena. Era una aventura imposible, a mi modo de ver, por varias razones. El río Putumayo y el Alto Amazonas no poseen los vientos necesarios para una navegación en velero; se trataba de un barco de madera fabricado por ellos mismos, es decir, artesanal, al que bautizaron Antares; y el motor auxiliar, que todos los veleros deben poseer, era el de un viejo Ford modelo 1928. Estos tres riesgos se sumaban a los que de por sí poseen los ríos Putumayo y Amazonas en trayectos de difícil navegación.


Jaime Parra invitó a Agustín Smith, quien hacía poco se había retirado de la Armada y se había dedicado al periodismo, y a quién, por dicha razón, se le nombró cronista de a bordo. Se les unió Bartolomé Cagua, Asistente en la Base Fluvial, quien se encargaría de lavar los platos y hacer de comer; este se sumó como voluntario, después de entrevistar a varios candidatos, quienes no aceptaron medírsele a tal aventura.


Era una aventura de muy alto riesgo, en otras palabras, una aventura imposible, que fue culminada con éxito gracias a la tenacidad de los marineros, pero estuvieron a punto de perder la vida en varias ocasiones.


A pesar de todos los riesgos, partieron remolcados desde Puerto Leguízamo y varias veces tuvieron que conseguir remolcadores para poder avanzar por estos inmensos ríos donde los vientos favorables eran escasos. Pero las tormentas sí eran el pan de cada día y en una ocasión retrocedieron varios kilómetros en un temporal, y en otras, se vieron girando como un trompo en remolinos que los aprisionaban amenazadores. Para colmo, para sumarse a los riesgos mencionados, los remolcadores fallaban o encallaban. Además, la disentería, el hambre y la fatiga fueron su compañía durante gran parte del trayecto.


Al llegar al mar, desde Belén de Pará, la navegación ya no requirió remolcadores porque la brisa era eficiente en el océano, pero no se vieron exentos de tormentas que desgarraban las velas y en una ocasión rompieron el mástil. Todo ello fue superado por estos intrépidos navegantes. Pasaron al frente de las Guayanas -cerca de la Isla del Diablo-, navegaron entre Trinidad y Tobago, por Aruba y Curazao y sortearon la península de la Guajira, donde la embarcación fue vapuleada por la tormenta. Desembarcaron en La Guaira y luego, rumbo a Cartagena, que era la meta de su viaje, atracaron en la bahía de Santa Marta y cruzaron Bocas de Ceniza, donde se perdieron, para arribar a la ansiada Cartagena después de recorrer, en 90 días, 7.288 kmt (4.300 por río), convirtiéndose en la navegación fluvial más larga conocida hasta el momento, por lo cual les fue concedida la Cruz de Boyacá. De los cuatro marineros que emprendieron esta odisea, llegaron sólo tres a Cartagena, porque Agustín Smith tuvo que ser hospitalizado en Belén de Pará y regresar en avión a Colombia.


El nombre puesto a su velero fue el de Antares, que proviene del griego anti Ares y significa «el rival de Ares» o «el opuesto a Ares» debido a su color rojizo, ya que en el cielo nocturno rivalizaba con el planeta Marte que pasa muy cerca de esta estrella cada 1 año y 11 meses.


Arturo Echeverri nació en 1918 en Rionegro, Antioquia, y murió en 1964. Tenía 28 años cuando inició la travesía en 1946. Había recibido de la Escuela Militar el título de Alférez en 1937, luego el de Oficial del Ejército en 1938 y en 1942 ingresó a la Armada. Finalmente, como dijimos arriba, obtuvo el título de Capitán de Infantería de Marina en enero de 1946. Y fue aquí cuando se embarcó en esa aventura imposible, simplemente porque la navegación era su desvelo.


En cuanto a su vida literaria, que era su afán, debemos mencionar sus novelas: “Antares” (1949)-escrita al regresar de su aventura-, “Marea de ratas” (1960), “Belchite” (publicada póstumamente en 1986), “El hombre de Talara” y “Gamborena”. Y sus cuentos: “La noticia”, “Hay un mendigo en la esquina”, “Simplemente un camino” y “Ser de ser”.


En 1948 se vincula y asiste esporádicamente a la tertulia literaria del “Café Madrid”, compuesta por el escultor Horacio Betancur, el editor Balmore Álvarez, el poeta Carlos Castro Saavedra y los jóvenes intelectuales Manuel Mejía Vallejo, Alberto Aguirre, Belisario Betancur y Carlos Jiménez Gómez. En 1949-como buen paisa- monta una pequeña industria de productos domésticos que incluía muebles, palos de escoba, esponjas de cocina, baños, cubrimientos metálicos, bolas de billar y envases de yeso.


En 1950 resuelve colonizar el bajo Cauca antioqueño, donde monta una hacienda que fue primero agrícola y luego ganadera. Introdujo los motores de borda y los frigoríficos en Caucasia y enseñó la explotación técnica del campo y de la pesca. Padeció los estragos de la violencia política partidista de la época entre 1952 y 1958 y fue amenazado de muerte en varias ocasiones. Es por estos años cuando escribe sus principales novelas, Esteban Gamborena, Marea de ratas y Bajo Cauca.


En 1959 monta otra mediana industria. Pero alterna su actividad comercial con la literaria y asiste a la tertulia de Alberto Aguirre, Gonzalo Arango, Carlos Castro Saavedra, Manuel Mejía Vallejo y Ariel Betancur.


En 1962 viajó a Urabá a montar una finca de banano y palma africana, pero un año después debió regresar a Medellín afectado por una enfermedad que minó completamente sus energías, posiblemente un cáncer gástrico y falleció en 1964.


Termina aquí el periplo vital de un hombre superior que supo combinar la navegación (su desvelo), o mejor, el riesgo de una aventura imposible, con la literatura (su afán). Siempre tuvo como guía la siguiente premisa: Resuelve los problemas difíciles en un minuto, y para los imposibles, tómate un poco más de tiempo, pero resuélvelos. Sólo así pudo superar esta aventura que lindaba en lo inverosímil.